22 de noviembre de 2013

L.A.D.A. 3

Capítulo 3


Cinco minutos después ya estaba en la calle caminando hacia el punto de encuentro, y aunque iba bien de tiempo, no paraba de mirar el reloj para asegurarse de que llegaba puntual. Mientras, su pelo ondeaba al compás del viento, haciendo que su larga melena planchada se revolviera. A lo lejos ya podía ver la silueta de un joven al que sus rasgos faciales y físicos lo delataban. Ella, cuanto más se acercaba, más notaba que su corazón bombeaba la sangre más deprisa y que sus ansias de correr hacia él aumentaban. Finalmente llegó.

  • Preciosa, ya estás aquí – dijo sonriendo.
  • Si. Pero, ¿llevas mucho tiempo esperándome?
  • No, sólo me he adelantado y he venido antes para verte venir hasta aquí.
  • No me digas esas cosas que me pondré roja...
  • Bueno bueno, ¿qué te parece si mientras hablamos vamos hasta tu casa?
  • Claro, ¿ y de qué quieres hablar?
  • Quiero hablar de nuestra espontánea amistad.
  • Tú dirás – decía un tanto preocupada.
  • Sé, al igual que tú, que ha sido muy rara la forma de conocernos, y que podrías desconfiar de mí tanto como yo de ti. Pero, sinceramente, hay algo que me ha llamado mucho la atención; la forma en que me miras, la sonrisa que disimulas cuando me hablas, y tu corazón, que es como si sintiera tus latidos en mi pecho. No te asustes por lo que te digo, sólo quiero decirte lo que me transmites, y también que quiero seguir conociéndote; aunque, si crees que soy demasiado soñador lo dejaré estar. Pero seguiré soñando hasta que se haga realidad.

Durante unos segundos el silencio reinaba.

  • Perdona que no conteste, es que me has dejado sin palabras.
  • Tranquila, te entiendo.
  • Pero tienes mucha razón, yo también vi algo en ti la primera vez que te vi, y por eso te dibujé. Si te esperas un momento voy a por el dibujo, que ya hemos llegado a mi casa.
  • Aquí te espero preciosa.

Corriendo subió las escaleras y temblando, por la emoción, abrió la puerta. Saludó a su madre y después fue directa a su habitación. Rebuscó un poco en los cajones, hasta que lo encontró y lo cogió. Bajó las escaleras y le dijo a su madre que pasaría el día fuera y que por la noche se lo contaría todo. Eva, no tuvo mas remedio que darle permiso a su hija y decirle que tuviera mucho cuidado.

La sangre le bombeaba tan rápido que ella misma podía notar sus propios latidos. Tan rápido como pudo, bajó las escaleras de su casa hasta la calle y abrió la puerta. Todos sus sentidos se revolucionaron cuando lo primero que vio al abrir la puerta fue a Noah arrodillado ofreciéndole una rosa.

  • ¿Cómo me haces esto?
  • ¿El qué? ¿Regalarle la rosa mas bonita a la chica más guapa?
  • ¿Otra vez?
  • ¿Pero hago algo mal?
  • No, ese es el caso, que lo haces perfecto.
  • No es para tanto.
  • ¡Claro que si!
  • Bueno preciosa, ¿vamos al puerto?
  • Si.

Los dos caminaban cerca, casi tocándose. Ella observaba el paisaje, y él la observaba a ella. Algunas miradas se cruzaban y se evadían vergonzosamente. Sus dedos querían encontrarse y dulcemente se rozaban. Al llegar al puerto él se sentó en un banco y le tendió la mano a Ariadne para que se sentara a su lado. Después, con un tono algo descarado le pidió el dibujo.

  • Aquí tienes – dijo mientras extendía la mano con el dibujo.
  • A ver de lo que eres capaz de hacer.

Después de unos segundos de admiración...

  • Ariadne, ¡Esto es una obra de arte!
  • Sólo lo hago como hobby.
  • Eso no importa, lo que importa es que dibujas increíblemente bien.
  • ¡No te pases!
  • No me paso, preciosa, esto es un dibujo de artista.
  • Me vas a sacar los colores...
  • A lo mejor esa es mi intención. Por cierto, ¿cuánto tiempo llevas viviendo aquí?
  • Pues, este año ya hacen diez, ¿y tú?
  • Yo nací aquí, mis padres vinieron de vacaciones cuando mi madre estaba embarazada. Y a mi, como no, me dio por nacer en el momento menos oportuno.
  • ¿Menos oportuno?
  • Claro, les arruiné a mis padres las vacaciones.
  • Pero nacer es un hecho natural, no es tu culpa.
  • Yo pienso que, para un viaje que tuvieron, no lo pudieron aprovechar por mi.
  • Pero tu serías una gran alegría para ellos, ¡no digas eso!
  • Ariadne ¿estás bien?
  • ¡No! Es que me molesta que digas eso...
  • Pues no te molestes, sólo te estaba tomando el pelo.
  • ¿Tomando el pelo?
  • Sí. Yo soy muy feliz de haber nacido, aunque fuera en medio de un viaje. Además, si no hubiera nacido aquí no te hubiera conocido.
  • Anda calla. Y ¿porqué os quedasteis a vivir aquí?
  • La verdad es... que no lo sé. Nunca me quisieron decir el porqué.
  • Oye, y ¿cuándo fue el día que te dio por nacer?
  • El diez que junio, ¿y tú?
  • El dieciséis de agosto.
  • El día más bonito.
  • ¿Por qué?
  • Porque vino al mundo la niña más bella.
  • Creo que me estoy poniendo roja – decía mientras se llevaba las manos a la cara para tapársela.
  • Bueno, ¿qué te parece si vamos a comer y mientras, con la brisa, se te bajan los colores?
  • Me parece genial.

Mientras paseaban, Noah no pudo evitar colocar su mano en la cintura de Ariadne, a ella sin esperarlo le dio aquel molesto dolor de la espalda. Él, sin saberlo ella, estaba probando su reacción. Después de que se le pasara el malestar a Ariadne continuaron caminando.

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