En su cara, un sinfín de gotas frías
caían. Su pulso era totalmente inestable. De sus ojos, un mas de
lágrimas se desbordaban hasta impactar sobre el joven que sostenía
en sus brazos. Un joven hecho piedra, más bien, mármol. Y en el
pensamiento de ella rondaban las mismas palabras:
- Por mi culpa, por mi culpa él es de
piedra.
Aberdeen (Escocia), 8 meses antes...
- ¡Mamá!¿Dónde me has dejado la
bufanda beige? - su grito retumbó por toda la casa.
- Grace, hija, mira en el armario que
parece que tienes miedo de abrilo –asentía la cabeza al mismo
tiempo que se lo decía.
- Es que quiero salir a pasear a Thor y
hace mucho frío –se paró un momento- ah, gracias mamá, estaba en
el cajón del armario!
Y sonriendo se fue a ponerle la correa
a su husky Thor y a despedirse de su madre. Pero justo antes de
cerrar la puerta de su casa, su madre le dijo:
- Grace Marie Mullër, ¿habrás
ordenado tu cuarto no?
- Sí Emanuella Mullër, y no hace
falta que siempre que me lo preguntes recites mi nombre entero.
Adiós, te quiero mamá.
Y antes de que su madre pudiera decir
nada, cerró la puerta y salió corriendo a la calle. Ese día era
especialmente importante, hacía siete años que una de las personas
que más quería la había dejado para siempre. Y aunque siempre la
recordaba con un a sonrisa, no podía evitar que se le cayeran
algunas lágrimas.
Grace era una chica de dieciocho años
casi recién cumplidos, su tez era sonrosada, no era como todas las
chicas escocesas, si no que tenía un poco de color, sin llegar a ser
morena, marcando su descendencia española. No tenía tampoco mucha
altura, media un metro cincuenta y cinco, pero ella se sentía
totalmente feliz con su estatura. Su pelo, su pelo era largo, largo
hasta la cintura y ondulado, en su fina cara siempre estaba presente
su flequillo recto, y su color... bueno, su color era del que elegía
cada tres meses, pero en ese momento lo llevaba de un azul intenso.
Sus ojos, de un marrón caramelo irradiaban la sensibilidad de su
corazón, y sus labios gruesos, aquellos que parecían de una joven
de veinticuatro años, eran la perfecta armonía de su dulce cara.
La tarde era fría, el viento de
invierno hacía que su larga melena se agitara sin control alguno.
Como todos los días, a la hora del paseo de Thor, pasaban por
delante del puerto, justo por donde las olas rompían en las rocas.
Normalmente, aquel lugar solía ser solitario, pero aquel día era
diferente. Un chico alto, rubio y del piel como la nieve estaba allí
de pie con la mirada perdida en el
horizonte. Parecía como si no fuera
consciente de la ventisca que se había levantado y el oleaje que
casi las gotas rozaban su cara. Ella sin querer molestar, pasó de
largo y siguió caminando por la estrecha acera de piedra hasta que
llagó a un bar cercano. Nada más entrar, una chica de complexión
delgada, con el pelo negro, corto y con el mismo flequillo que Grace,
se fue directa a ella.
- ¡Hola! Bienvenida al Pink
Moustache, ¿qué desea -aquella
chica la miró e inmediatamente dijo- pero si eres tú!! Anda ven
conmigo, que tengo algo para ti.
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